HIMNO ECUMÉNICO
CANTO a
Quitumbe
Quito, marzo de 2.010
Juan Francisco Morales Suárez
HIMNO ECUMÉNICO
CANTO A QUITUMBE
Transitando por los árboles de la imagen
en medio de afluencias festivas llenas de hidalgos,
se causaron en el Ática cerca de Astérope,
hechos civiles no conocidos en la historia
de las sociedades planetarias,
esto ocurrió cuando pulcras amazonas
estuvieron frente a una gesta libertaria real,
no fraguada en falsos vulcanos;
fue a similitud de los tiempos de adviento
en aquella primera epopeya de las estaciones modernas,
en Agosto.
Por ello, hube de arrinconarme de la realidad
para descifrar el contenido de la garbosa gesta de abril,
inoculada empero -siempre en Quito- desde años ha,
de paciente y magnánima tolerancia;
caminé en las noches rozando mi aliento con la grama
de tilo en los valles de Huaylla Pampa,
me erigí como espectro nuevamente en los cuchos
de Rumiurco para hablar con los hechores de la jerga,
y allí me fue arbitrado todo secreto sobre la existencia
de los cultores de dignidad en América.
Ví como un hombre seguido de damas y soldados
en manojos de pascua durante un éxodo etéreo,
descubrió países no natos para darles vida y orden
de esferas en que se sembrase esos conceptos,
allí, entre palma de panes de molienda de libres orfebres
y rojo guayacán de señeros convites,
seguí el rastro de dicho primer gentil que con esa hermandad
de precursores reformó el mundo.
Este fue un comendador que de modo legatario
impregnó su impronta en la sangre de sus sucesores,
éstos durante el transcurso de las estaciones de cuaresma
en los siglos que suceden a este diverso génesis,
la llevan en su mayoría gallardos,
reeditando las gestas de tal procerato ungido
en los símbolos de los significantes de vida.
Así entendí que junto a la Ifigenia de grande armilla,
donde encandila la luz protectora de los navegantes de Ofiuco,
están los mástiques del Pichincha que fueron estribo
inexpugnable cuando prorrumpieron
los océanos solares luego de la avenida hoy intangible
descrita empero con bozos de arandela
en los papiros del hebraico.
Allí, en una cofradía coronada de gemas de alborada
y Berenice en el cenit de Olimpo,
comisionado de vida por la Audiencia del excelso Nirvana
que en laudo generatriz le impuso el precepto
de concebir heredades de cirrios,
patrias del gentío ecuménico,
naciones columbrando los fastos angélicos,
dominios de las vestales donde morasen
por estación sempiterna las hembras andinas
que vigilan el aura y el céfiro astral donde alienta
la esencia Elegida.
Engendró a Guayanay con el edicto
en la legítima de dicha golondrina,
de liar los ajuares para el límite inicial de los Suyos,
donde cabrían mil soberanías cuya progenie
habría presta de alojarse
en la tradición humana,
en cada idea del numen y del pueblo terrestre.
Por ello, el ave iridiscente hubo de ceder la estancia
de marga y veneras columbradas en bastidores de nácar
formada en Sumpa y en Guangala por su padre el Ungido,
quien previamente,
con su pueblo Caránguez al comando inaugural
de su progenitor, el ango de Túmbez,
arbitraron entre sí, fundar las estirpes
que dilatasen toda la hacienda
en los llanos y en el Éter
al que cristianaron el Anti.
El presbítero celeste anduvo con bordón de oro
formando poblados y naciones
cuando transmutó hacia los rasos
vecinos del vergel de Antares
que bautizó con dictados del propio esperanto.
Cuando en rededor de mugrones de ceiba
y garzos bajíos de sicomorillo cerca de Chorrera,
se asumió intrínsecamente que los atuendos
de luto de torzal color de abenuz,
en las rastras calcáreas de Salango y Machalilla,
fueron por el óbice de Otoya,
Quitumbe, cumplido el omiso funeral,
llegó a la portentosa rada de Chone
para instituir un pueblo
y dijo a su pariente Atau Tumbaco:
“Creemos en este dominante estuario y su cala de almíbares
e irisaciones de flores de jazmín,
un emporio símil al que constituyeron mis abuelos
en honor de nuestra estirpe en el otro piélago infinito.
donde moran nuestros fraternos
y de donde Pachacámac visó que saldrá en fortuito lapso
un bienhechor invulnerable”.
como Caxín Axaya y Ligua Sancán,
erigieron con fracciones de veta del mismo farallón
y carrizos de bengala,
hace perennes milenios en el abra de Caráquez,
el indomable sitio de los Caras.
Bregamos desde la ribera de Salango por ingentes
cataratas de luz y umbrías de orquídeas prevenidas en el aire,
siendo pesebres de cálices gregarios que se exaltan
hacia el sol entre una densa bruma
que estuvo coetánea con las náyades de Olina durante siglos,
y aún lo está,
a veces fuimos en canoas de guayaba
y balsa de astilla atada con lienzos de guadúa
haciendo tambos en los ciclos de calma en los bajíos.
De esa forma los centuriones que inscribimos
en la antehistoria
la evocación del primer Moisés en América,
pernoctamos con Rigel en busca del camino
que traslade a nuestra hueste
a las estancias secretas de su albur,
lidiando por añadas en pleno firmamento,
enfrente a los ignotos módulos templarios preferidos
por los criadores de la lluvia y de la vida incivil
hallados en las maniguas de Mindo, Caoní, Colonche,
ofrendando en Mútile, Tonchigue, Achilube,
pletóricas alabanzas colmadas de colibríes
que volaban en las ceibas.
“Pasmados de la pródiga fronda que se abría al paso
de nosotros argonautas quichés,
nos deteníamos a denominar
los pecíolos, las ramas, los piensos herbolarios
y a tal le impusimos jelí, al otro sande
y al extraño árbol tangere y tainde;
recogíamos los lóbulos secos y construíamos
adoratorios forjados de mascarey y machare,
con que ofrendar a Pachacámac los frutos de la nueva
civilización que se hallaba en su comienzo.
Con un cántico de vida tomábamos del bosque húmedo
ramajes de chinero, chanul y cascol
y designábamos colonias en cada fronda
que la espesura permitía entre incontables algarrobos,
quirichinches y guapalas”,
relata Itul Catari.
Así, cuando las legiones que con él trajinaban
divisaron cascadas y avenidas nacidas de nieve perdurable
en peregrinaje inmanente junto al sol de cada espacio cardinal,
Quitumbe dijo:
“esta cordillera donde nacen lahares de fuego
con torrentes infranqueables,
llámese Pichincha, es decir, río de los Chinchas.
Entonces, estas comarcas de los Suyos
un día aclámense como reza mi precepto”.
Por ello, la calandria inmarcesible encomendó
a sus retoños en honor a su rancio patriarca,
que todo el norte de la Vía Láctea
contando con el rosal de las auras,
llamaríase Chinchaysuyo
en cuanto dimana de las cepas filológicas
de la gens de Quito.
Al vislumbrar las llanadas henchidas de píos de la vid
de capulí en las mieses de carrizo,
el Pontífice tomó descanso luego de ciento de jornadas
para trasponer los pasos de Chota y Cayambí
luego de que hubo desafiado
la floresta de los Yumbos y Malbucho,
donde subyugó adiciones de corzas y llamingos
nunca vistos y transido de núbil conmoción al hallar el empíreo,
de pumas, corzos, huiracchuros y flamingos arrapiezos
condujo con su séquito por el Anti una pareja.
En todas esas estancias Linca nominó a cada flor,
a cada pistilo, a cada género del suelo y del aire;
el aliso, la tunda, el suro, el canelo, el sisín, el arrayán,
se tornaron compañeros en los siglos
que duró la colonización de Abya Yala,
gestada por el inaugural hominus sapiens.
Los sotos que más enamoraban a los foráneos
eran el quishuar, el ñachag, el illinche, el sauce
y sobre todos, el capulí y el guarango,
nombres que lega como impronta inmemorial
el predecesor de la civilidad y la cultura
en toda la tierra de occidente.
Y acogiéndose a los visiones que todo iluminado
por el Numen percibe en las noches que preceden
a los trances precursores,
entrevió en medio de lábaros de sol
al señor de Pachacámac
quien pronto le revela:
“donde quepa la adarga que esta noche
proviene del litoral encumbrado en que habitamos,
al lanzarla con tu fuerza prodigada de mil prójimos
en tu caña y tu huaraca de guandeira,
habrás de instituir una capital que glorificará
en milenios tu nombre y tu prosapia”.
Por eso, el primero de los Shyris al causarse
en estación de nórdica alborada, vertiginosa aquel día,
levanta a su legión tañendo la quipa del océano
y alcanzando un otero de guaba y amaranto
con orquídeas de agrádalos y sigses coronado,
sujeta la huaraca y la birlocha de acero caída
en la noche desde el ponto celeste y con su brazo poderoso
arranca impulso describiendo órbitas enormes
que llegan a las frondas de los árboles de palta
en Boliche, en Mojanda, en Cajanuma,
en Tiopullo y Huagrahuma
y arroja la rumisisa como ha dicho
tal espectro del celaje en sus visiones de futuro,
abatiéndose al sur del sitio donde acampan
en la broza gallarda de Lincango.
Y proceloso dice: “donde ha emanado ese fuego insaciable
de ataujías granas y marinas en la eclosión de rumiurca,
créase la ciudad en honor a mi nombre
y llámenle entonces Quito todas las estirpes
que en multitudes prodigiosas la germinarán,
uniendo en la placenta de mamallacta
la drupa de abatí y el gofio de la quinua”.
“De ella he visto emergiendo a los más regios
campeones paridos de mujer bajo el manto
de los nublos vesperales de las Pléyades.
Ella será cabeza de Abya Yala y de los países
que se formen en su vientre
en el ciclo inextinguible del tiempo de los quitu-caras,
los tsáchilas y las perpetuas progenies mías
que procederán de felones o augustos extranjeros”.
Hubieron empero de buscar un abra para ingresar
al sitio donde manaba el fulgor de tal aurora,
y marchando en la sabana adjunta a los meandros
del río nominado Huayllapampa,
encontraron una senda en el profuso bosque
de dátiles de almendra recubierto de flores de amaranto
y de orquídeas de chimbalo y chupillay allí existentes,
y la bautizaron entonces “Carapungo”[4],
que “Puerta de Los Caras” simboliza
en jerigonza de los hombres rojos.
Las crónicas de los andares del señor de Quito
se hallan en cuanta traza se marca indeleble en Los Andes,
en los petroglifos del basalto de los setos pedregosos de Puyango,
en las orlas de obsidiana de los atuendos que se bordan
con musgo de Narrío;
en las muescas de la pirca de Chorrera,
en cada cucho, en cada canto, en cada nidal de las cítaras
de gema que cada centuria se revelan
entre bastimentos de zapa de labor de arqueología,
de pacientes escobillas entre calcañares de las manos ulceradas
de Piedra Porras que entre alcores rúnicos revelan
plácida patente de grafías
por todo el imperio vasto de los arbitrios quincalleros
de Quito y sus infinitos sotos conurbanos.
Así, repartió los catafalcos de la tierra hacia el naciente
llamándolos Linca,Puengasí, Amagasí, Itchimbía, Collaloma,
Cotocog, dejando como gestores a los Lincango, Andrango,
Cocoango, Farinango, Ibadango,
tomando de estos precursores del Estado
adeudos de lealtad perpetua a sus hijos ya los hijos de sus hijos.
Hacia septentrión, Quito dijo:
“estos llanos donde están abigarrados los quindes
que pueblan este marjal venturoso de Cochapampa,
llámense Iñaquito, Xipixapa, Rumipampa, Pampamarca.”
“Los cerros que son colindantes con los Pichincha,
rucu y guagua, llámense Pululagua y Casitagua,
como los colosos que al sur se ven
y bautizaremos como Sincholagua y Tunguragua”.
El originario de los Caras, prosiguió bateando solemne
todo río, todo alcor, todo huaico que su itinerario
inaugural halló en su designio
portentoso en el tahalí del universo.
A los distritos hubo de nombrar como Alpahuasi,
Chaguarquingo, Shyribulo -que casta del Shyri
significa en el idioma gestor del Tiwanaco y el Chavín-.
Más allá, descubriendo unas fuentes de termas impolutas,
Quito descansó, calcándolas de sí –Shyriyacu-.
En su afán perdurable de poblar la tierra
el Sumo Abate de Caráquez
con su toga que era hecha de setas de garzota
de turpial entramada con somantas de pardal,
transmontó con sus huestes pertinaces tremedales
y altozanos pletóricos empero
de guabas, guayaba, fresnos y pundé,
dejando aldeas y villorrios que celaren la finca
a la cual un día descendiendo de las cefeidas,
Quitumbe volvería.
Luego de gestar el naciente y calando
junto al cuntur el titán de cellisca
y de terna de nimbos al que bateó Antisana,
Lincán hizo estancia en Ofiuco y también dotó
una barbacana construida en amatista
en el solsticio de las Eridan,
en el centro mismo de la travesía Apia,
donde con el traspasar de los siglos
–según presagió- emergería el invulnerable
brigadier adalid de Píntag.
Muy al norte el rey maya apostó feudos
que arraigarían milenios y de los cuales
emana el colibrí que ofrenda con el cáliz
de esta sacra liturgia,
la oblación sublime a su primigenio padre,
fundando los cacicazgos Carapás al originar el pentateuco
de todo el ártico eternal con los pueblos pastos[5],
que en Popayán, Anserma, Pupial, Ipial, Funes,
Goaltal, Itul, Mayasquer, Huaca, Tusa, Mira y Tulcán
instituyeron la más irreductible coalición guerrera
vista en los bastimentos del imperio quiteño.
Por ello, salvando las cefeidas en noches de rotas
colosales entre borrascas
y barridos de fusión de las magmas
provenientes de los vórtices terribles,
enfilaron al norte invistiendo a una montaña Chile,
otra Chinchinal, otra Cumbal, otra el Atal;
más allá, fueron ungiendo los pueblos, las gentes,
los collados, las vegas, los sotillos, las estrellas,
con renombres que persisten en el límite
sempiterno de la memoria de las fecundaciones infinitas:
Gualtal, Fueltal, Mindal, Piartal.
Tutpalán, Tutulán, Tutguelán, Tetayán, apellidos todos
suscitados en la plebe insigne de Carán.
De modo inmediato el clérigo supremo enunció:
“Aun no hemos asentado un distrito
que glorifique a nuestra casta general, por ello,
sobre este río al que apelo Guáytara,
elévese un pueblo llamado Mayasquer, es decir,
“posesión de los mayas”.
Narran los anales del mogote y del instinto humano,
que dicho patronato lo concibió con el comandante
Itul Chitán, quien se avecindó a poco en la llanada fría
de Chululán, junto a oficiales conocidos como Taques,
Cuasatar, Cuaical, prístinos deudos de Tulcanás
y Paspuel Cuatín, Cuatimpás y Cuchiguán,
custodios de sus fratrías durante el cortejo
de exequias del óbice colonial.
Yaciendo de la vasta obra fundadora,
Quito volvió a meridión
y al avistar una llanada plácida de guaba y capulí
al pie de un otero incorpóreo, al que motejaron
como -montaña del precursor- “Imbabura”,
dijo nuevamente a regentes de los Caras:
“Dotemos otra capital a nuestro vasto feudo
en honor a nosotros mismos,
aquí quedarán de capitanes los Angos de Carán
y coexistirán celebérrimos como Carangos”.
Transido de un hálito deletéreo,
con su talante teñido de dolor, Lincán presagió:
“esta villa será umbral de inmunes adalides
que un día lidiarán con sus equívocos hermanos,
siendo primero sometidos y luego invictos
por un Fausto Vencedor.
Aclámese también como la que dimitimos hace tiempo
en la batiente litoral del gárrulo torrente de los Chones,
a inicios del revelar de Pachacámac las posesiones nuestras
de este espacio consagrado: “Caranqui o tierra de los Caras”.
Instituyó Asaya, casa del hambre,
por cuanto un día allí se saciaron,
Calunquí, tierra del buitre,
Guatabiro, llanura del lago,
Coñaquí, Gualaquí, Tababuela que heredad de la cerviz,
tierra amarilla y río negro, simbolizan.
Allí quedaron como señores los Caruango,
Cahuascango, Imbango y Laquinango.
Al rebasar los collados habidos en Parumalren cerca de Erídano,
hacia el sur dotó Imbapuela, que tribu fundadora encarna,
Lulunquí, Ninapongo, Tupigachu, mansión de los frutos,
puerta del fuego y tierra del agua acopiada,
por haberse deleitado con el maná venido desde Altair,
inscrito en el cráter del volcán Cotacachi
para surcar las aguas del marisma insondable allí habido
y tomado en sus manos la cellisca celestial
con que abrevaron las tropas
en las interminables jornadas constituyentes
para llegar al sitio de una entidad astral regentada
desde Pleioné por la sacerdotisa llamada Coyaquilago
con quien se unió dando origen
a la imperecedera descendencia de los reyes Caras.
Ordenó a los Añama, Anapira, Uñapapa, Cubilango,
que cuidasen los recintos de Angochahua en Mojanda Cajas
que así designó a un pueblo y a las cimas existentes
junto a Cunru, Changalá, Guaracsapa y Guambaquí
que quebradas, llanuras y laderas son en el espacio
del mantra sintergético que existe desde entonces
para explicar las leyes invisibles que rigen en Los Antis.
En tales caminanzas celando a las inaccesibles
Trífidas de la astilla del aire,
el cúmulo de estancias entre boscajes
y asedios a naciones de hado domeñable o indómita bravura,
el término para retornar a Sumpa se hubo sucedido.
No afloraba aún la índole constructiva
para trasmontar las flamígeras brozas de los Mantas,
de los Daules, Atacames y Machalas.
Tornarse por ello sobre los manantiales
y simas insalvables adyacentes a la gente de Chanchán,
eran cruentas epopeyas, donde cesaban su vida
muchos bisoños de sus huestes, entonces,
tras diez ciclos transcurridos desde que el cosmos astral
completó las elipses en derredor de Inti,
Quito envió con una codorniz un réclame
de mora en abatida merced a la princesa Llira.
Ella, con extático frenesí y con la núbil congoja
de sus veinticinco arpegios con el sol,
diez de ellos en lacerada misoginia del espíritu,
viéndose lánguida entre las armerías
y sotos cerriles de Sumpa y de Valdivia,
decidió la oblación arcaica del Génesis
para el regreso de su amado, el conquistador Quitumbe,
enalteciendo el voto mortal de sus entrañas,
con el holocausto del sempiternamente iluminado Guayanay.
Viendo el vergel de Quilla y Pachacámac
la fatal determinación de la infanta maya,
desciende en hálito celeste y en la temida
lobreguez antepuesta al rito inmolatorio,
transfigura en progne de pátinas fulgentes al crío de los dioses,
quien con leales falanges en labrantíos
de almeja de listón y de balsa de nácar de marisma,
se repliega a salvo en los cayos
aún hoy ignotos del postrimer poniente.
Al echar de ver el yerro de su precedente seducida,
Quito zanja su apetencia y en acto elocutivo
dogmatiza no girar donde ella
y hostiga a meridión sus travesías tiñendo
a un coloso cuyos estrépitos conturban toda la finca
existente entre Gea y Calipso como Hatun Cotopaxi.
Al ocaso, semblante a tal dios,
solventa en ritual perlocutorio una nueva instauración
y reputando no haber descendientes
por la enlutada deserción de su ave de entresijo,
toma hembra entre su séquito y da paso a la complexión
de la aldea duradera de los chimbos,
encumbrando la memoria del gran apusquipay Chimbo Urco,
ungiendo también al mayor regio de los calvarios
hasta entonces, como “Chimborazo”,
es decir, ¡cellisca inmaculada de los chimbos!.
Entre follajes henchidos de cárdenos y ababoles
cuyas corolas y estameñas se empinan hasta las nieves,
de esta nación que subsiste integrada por el centauro astral
del que intimamos en la mente,
prorrumpe un sucesor tan glorioso como la mítica Progne,
legatario que expandirá un nombre con el que conquistará
la elipsis del dorso mullido de la era: Chimbo Thome,
que aviniendo él o uno de sus primogénitos
habidos por gestación en los halos con las consortes mayas,
tomará feudos y comarcas en el perpetuo meridión
rayano al Tiwanaco, donde hubieron sus hermanos,
los regentes ignotos hijos de Guayanay.
Antes de esos siglos, Thome, patrocinó naciente
entre las insignes guacamayas,
el emporio en honor asimismo:
la perdurable Thomepampa.
Más, Quito, el progenitor de estos mandos planetarios,
en su misión creadora ostentada como continúa dicho,
de la placenta de su predestinación,
fue persistentemente al mediodía luego del parto
de Rwntu Coyllur atendida por las hadas del Chanchán,
halló raudo una estepa en la que carmenó, escardó,
cazó y espigó el germen esencial de las madreselvas
y los dátiles de uvilla,
atinando frutas exquisitas en cerca de Patate
que habiéndose con ellas extasiado,
sus hombres las llamaron Shyrimosha,
que manjar del Shyri simboliza
¡en germanía de cristianos!.
En las sabanas contiguas al Chimborazo
pernoctó con las nereidas
y citándola como yaguarpampapi en donde cien veces
la guerra entre sus hijos se daría,
la llamó Shyripampa.
En esta partitura de emética melancolía,
Quitumbe insuflado de los presagios dados por Olimpo,
lloró sangre al ver en el oráculo del sublime Collanes
las lizas fratricidas,
allí, en Cajapampa, en Riopampa, en Sanancajas,
donde mora uno de sus hijos
en ciento y más de las generaciones sucedidas,
al presentar batalla como comandante de huestes libertarias,
siendo tutor y padre de quien esta epopeya
describe premunido de dolor y admiración
por tanto héroe manado del primer rey de Quito.
¡Sí! se escenifican ante mis quinqués
los ciscos de las hórridas conflagraciones
entre Hualcopo e Inca Túpac, entre Quís Quís y Atoco,
entre el primero y el íbero protervo,
entre Chalcochima y Ullco Colla,
entre Rumiñahui y el predicho hispano,
entre Sarasti y el erróneo Luchador,
entre Hierro y Andraque, entre éste y Tiara,
vertiendo en ellas tanta sangre de quiteños que los llanos
de Urupampa, Guayllapampa, Shiripampa,
Rumpipampa, Thomepampa,
son calados escarlatas como en el Levítico,
en el Éxodo, en el Popol Vuh,
atestados de briznas de piñones fraternos hijos todos
de Quitumbe, el Primero.
Excreta hiel de la estirpe en cada paso el señor de Quito,
es un calvario primigenio que se apuntala
con las terribles mitas y el obraje,
se halla en taciturno trance en tal padecimiento
al contemplar el sino de aqueste edén
para el ulterior período,
más alertado por la inexcusable observancia
de la misión precursora,
continúa tildando a las flores, a los piensos,
a las sosas, a las matas, a las aves, a las viñas,
a los astros, a cada signo de vitales energías,
por ello, en cada traza que nuestros pasos topen
en este futuro para Lincán, inconcebible,
hallamos los surcos, los vestigios,
las médulas tangibles oreadas ante el sol
hechas de metales líticos de acero con royas
de falanges y cartílagos de veta
en cada cobijo y recoveco de la historia
del gobierno de Los Suyos
que por Él, elevan loa y sacramento al bautismo
protestante y al obituario del olimpo,
pues fulguran la presencia sempiterna del regio
mandatario de vida del Comienzo. El de Quito.
Por ello fue en el formativo en las rinconeras
de Chongón y Coaque incontinenti del Pachacutic,
que se dieron todos estos eventos que rememora
Catari postremo quipucamayuc.
Las avenidas de terracota y platino donde existen cazadores
con bezotes y animosos petos que cobijan el espíritu,
se hacen presentes en Cuasmal, Punín, Ilaló, Ila,
Jondanchi, Chavín, el Chimú, Sipán y hasta Marajó
en el archipiélago del germen y el meandro del
estuario solar del Río de Quito,
refrendando el denuedo existencial del gran Cara
precursor del género humano en Abya Yala.
Más tarde continúa -como aún lo hace-
en su romería atinada y primigenia
y va con su acto creador
por cada nicho ecológico de Suramérica,
llevando en una bitácora de ónice
cuanto ha conocido y poblado en el espacio,
nombrando a los cañaris, paltas y zarzas,
como guardianes perpetuos
de la riqueza nativa de sus comarcas,
con el edicto de cuidar el ambiente
para el desarrollo imperecedero de la especie humana.
Al atravesar esas regiones estuvo embelesado
con especial solaz en una tierra del todo prolífica
que se iniciaba en el macizo al que bautizaron
integrada por los collados y altozanos
por cuanto allí se sintieron
infligidos por el gélido clima;
distinguieron un grajo o ave sórdida; y,
Huagrahuma, “cabeza de jabalí”,
tendiendo en sus sayas las llanadas
de Alausí, Cañar, Guapdondéleg, Yunguilla
y Saraguro, valles irrigados por las aguas
de ríos a los que designaron
Hatun Cañar, Tamalaycha y Paute.
En su expedición interminable descifraron
los orígenes de los que emanan esos torrentes
indicando el nombre de cada regato
así del Chanchán: el Alausí, el Zula, el Pagma,
el Chunchi, el Guatagsí, el Guabalcón;
“el Hatun Cañar -dijo Quitumbe- proviene
del Sonsaquín, el Silante, el Huairapunca,
el Malal, el Tisay, el Patul, el Norcay”;
“vemos que se forma el Tamalaycha de afluentes
a los que designo como Leohuaico, Udushapa,
Saraguro, Rircay, Uchucay, Cañaripampa”.
“Y al torrentoso Paute alimentan el Galuay,
el Tampu, el Aguelán, el Tabacay, el Ayancay
o Surampalti, el Yanuncay, el Tarqui,
el Tomepampa, el Quingeo, el Raranga,
el Gualaceo, el Collar; el Llavircay”,
“en honor a los hijos de mis capitanes
y parientes: Nor, Rir, Uchu, Taba, Yanun y LLavir,
así como de mi hijo; Thome, a quien he consignado
la fundación de una ciudad en su distinción sempiterna”.
En todas estas tierras se ofrecían a los hombres
manjares exquisitos que a falta de nominación
Quito las llamó mango, zapote, lugma, tocte,
chihuila, papaya, chilacuán, chamburo, gullán,
pitahaya, huahualmuru, joyaza;
descubrió las propiedades curativas de cúmulo
de matas entre las que destacó al mulli,
la chilca, el sairi, la chuquiragua, el pacio,
el matecllu, la chichita, la drimaria, la congona,
el tauri, el tipu, el urcupaqui y mil más.
A nuevas variedades de florestas y de sotos
llamóles sarar, marar, chonta, ducu, garao,
purugrug, simar, yubar, guapsay, gañal,
juacte, zhal, chahual y suru.
Estando de caza en esas campiñas etéreas
divisaron como desde el follaje de dátiles de zhal,
una serpiente ciclópea a pie enjuto surgida
desde las llanuras de naciente, se deslizaba
en aldas del cerro que ellos bautizaron Fasaiñán
y que por el rastro de un afluente de los antedichos,
devoraba un uturunco que vanamente luchaba
contra el descomunal ofidio que a la mirada
de los hombres, se hundió en un lago
al que llamaron Leoquina: “culebra en la laguna”.
Aquí el insigne halló deleitables parras lacustres
de las cuales sobresalía una a la que renació
Xamenxuma donde en ocasiones recibieron
mantos de lluvia de cascadas azures junto a sus dueñas
y acreditaron que el agua que manaba les producía
regocijo y júbilo de orden místico al halagar su conciencia
y proclamaron que allí abrevarían los reyes
que de ellos desciendan durante los milenios
que se sucedan en el tiempo perdurable.
Más adelante -en la interminable contienda civilizadora-
estableció varios caseríos a los cuales nominó
Charasol que “buen sastre” significa,
pues dejó a Huichisela artesano Tsáchila de cuyas manos
afloraban tejidos dignos de ataviar
a las más exigentes doncellas;
Chanín, entelequia de “villorrio pequeño”; Sidcay,
que implica en la indescifrable sabiduría del Shyri,
“ser como la sangre”.
Al estar acompañado de varios capitanes de Pasto,
designó a otra villa Chagalpud, “coto de niebla”;
vecino a la quebrada de neblina: Chalacay que implica:
ser de neblina.
A poco vadearon un río al cual motejaron Coyoctor
por el retorno realizado a través de otra calzada
de la que inicialmente transitaron de entre Las Trífidas y La Lira.
Así a otras aldeas llamaron Gun, “pueblo”;
Hualapan, “vestido”; Shuden, “feliz”; Taday, “enterrar”,
ya que en tal sitio se realizó el óbice de Xiequixal,
cacique que dejó a sus hijos tales posesiones;
Tampanchi, “hombro fuerte”; Tordel, “nudo”;
Zarpán, “lloviznar”; Zhal, “playa de piedras”;
Biolán, “esquivar”; Chubsún, “golpear”;
pues hallaron moradores nómadas con quienes
inicialmente tuvieron disputas;
Leg, sed; porque en ese lugar estuvieron ávidos
luego de tan largas jornadas colonizadoras;
en otro sitio formaron Nasti al olvidar
una chistera tubular que fabricaban febrilmente
sus mujeres para la recolección
de dátiles hasta entonces ignorados.
Esas regiones encargó a otros hombres
como Muy Dumbay; conquistador general junto a sí;
Guritave; Guartamber; Maila Songo; Chabla;
Buestán; Arbito; Quito, quien era hermano suyo;
Carchichabla quien vino desde tierras de Mayasquer consigo;
Chimbo, tío de su hijo Thome; Duchipudlla;
Jaigua, Mendia; Naula; Saquipudlla, Suca.
Entre los poblados de gran significación
formó Pueleusí que en su idioma Quito-quitché,
se halla compuesto de Fuel: “manantial”,
eu, “con” y shi, “árbol de flores níveas”.
Las aldeas dependientes de tal cacicazgo
fueron Chocar, “obstruir”; Guangra, “olla”
y Hasmal, pues dejó varias familias venidas
con él desde Cuasmal, en los pueblos pastos;
y significa “árbol de chicha”;
Macas, que significa “serpiente venenosa”
por la presencia constante de tales reptiles;
Maxeo, que “pedir gran cantidad” encarna;
Puesar, capitán que también vino de Pasto
y que simboliza “escoba”;
Pindilil que suena: “culebra apretada”;
y, también Taday.
Eran tantos los collados y los ríos y las chacras celestiales
que juzgaban erigidas por los elfos del Vergel,
que así lo asumió Quito, prosiguiendo por ello,
con la nominación de cada módulo astral
habido en el Hatun Cañar,
que “Gran Raíz de mi Hermano” significa
en idioma de los Puendos la tierra designada
que ellos repoblaban,
y así impusieron Cubilán a un cerro y su hondón
por flores vulnerarias que germinaban en esa alquería.
Más adelante en un hocino dispararon con sus cimbras
de cáñamo, guácimo y estuco, dardos sigilosos
a las corzas montaraces que allí abundaban;
bautizando Shyriguallán a la quebrada por cuanto
los grillos advertían con sus silbos que se proyectaban
dardos en contra de los ciervos;
a la loma adjunta le pusieron Shilimachay,
que cueva del Shyri significa,
al haber acoderado en la caverna allí existente
desde ese tiempo cenozoico.
Al cerro contiguo naturalmente hubieron
de llamar Shiripungo que “puerta del Shyri” simboliza.
Dijo entonces Linca: “integremos un pueblo
entre estas dunas y Chocar aclámese
junto a su laguna Chocarcocha,
por las chinas glutinosas que allí emergen”;
y se hizo como dijo.
Más allá luego de investir muchas áreas
en tal jardín de Cojitampu hollaron
un alcor que contenía los follajes
de sitios húmedos como en la tundra
inaccesible del piélago en que vinieron
e impusiéronle
el nombre de Gulagcucho,
recordando la frontera del mar
de la que un día prorrumpieron sus ancestros,
por ello a la quebrada contigua
llamáronle llanamente: Gulag.
Así prosiguieron muchas épocas censando
los sitios que dejaría a su hijo Thome
y llamó Pallahuichi, “cosecha en la cazuela” a un cerro;
Pichalmiña a una laguna que por allí encontraron,
Pircashca a otro monte; Pumamalca, “frontera del león”
a una loma en donde tropezaron con tales fieras;
a un pantano impusieron Puyal, que significa “morir”,
pues fallecieron dos hijos de May Natto
a quien había designado cacique de Suscal,
do pusieron Chuichun a un lugar y Galway a una cordillera;
Chinchil a un caserío que encargó al capitán
Xerebere y Ducur a una pradera inmediata.
Duchún, “bailar” en tsafiquí o idioma de Los Caras,
a un sitio do anduvieron de plácemes por tanta feracidad de la tierra.
Nominó Guabiduca “río grande y derecho”
a una serranía bañada por sus aguas impolutas;
Guallandelel que implica “Guacamaya en la quebrada sin estero”
y Jabín y Joyacshí dos lugares que Quitumbe pobló
significando “recoger” y “hermoso desde aquí”
por la vista plácida que se oteaba en su comarca.
Integrantes alados de las milicias y sus hembras
acamparon en los alcores de orden solar que allí erigieron,
recordamos los dictados de algunos: Logan,
Cahuana, Piña, Sanay, cuyos pensamientos expresan:
recelar, mirar, enojarse y crudeza, de modo respectivo,
por las realidades místicas que ellos contemplaron,
Haguasaca fue lugarteniente en Cañar y su sobrenombre
representa: “tejer la totora”,
él y Anitargas, “casa fuerte”,
fueron encargados de cuidar Joyacshí.
Gañalchuc, quien se encargó de coger los morriones,
Guaita, que “espiga de pancara” suena al oído,
Guapansela, quien hubo de asustarse en el patio
de Maguarcay cuando se produjo fuego en una de las guerras
de Quitumbe en Narrío que a los castellanos
“Comedor del génesis” significa y que estuvo en custodia
de Guatumbe, primo hermano suyo, hijo primogénito
de Gualpa, “guerrero”,
hermano de su padre, el rey Tumbe[9].
En Narrío se ordenó habiten los parientes de Quitumbe,
quienes produjeron asombrosos artilugios
como los de Tuncahuán, Alausí y Macas,
que Mama Tintuchtlema cacica de Guano,
legó a sus causahabientes en época de los castellanos;
así los arqueólogos conocieron varios atabales
desde la milenaria época que relato
¡en esta incomparable y extática Quiteida.!
Llegando a las dunas del sur, ha estatuido
las ciudades con los nombres que él consigna:
Túmbez en oblación magnífica a su padre,
Paita, Piura y Caxamarca,
donde súbitamente se siente mortalmente
herido por una invisible sagita,
que traspasa su corazón y de él mana sangre incontenible,
cuando nuevamente Pachacámac le revela
un terrible y ominoso porvenir para uno de los suyos,
que libra con su injusto hermano
una lucha libertaria no consentida más así obligada.
Es un trance insoportable que siente el señor de Quito,
avistando como los íberos malditos en acto de codicia inenarrable,
asesinan al último rey que le sucede en tan procerosa estirpe,
para dar paso a la más obscura noche
contemplada por la humanidad entera,
aquella que permite al osado malhechor entre tinieblas,
encaramarse a base de acial, grilletes, sangre y muerte,
durante siglos infinitos sobre las naciones regias
fundadas por él y sus incontables sucesores.
Quitumbe divisa en ese Gólgota, como esa morralla purulenta,
saquea, despoja, mata, tortura, esclaviza, aplica tormento
y martirio, sin vislumbrase en modo alguno la consunción de tal suplicio
que de modo sin fin, generación tras generación,
se ensaña impía con los inocentes.
Luego ve que se mezcla su sangre con la de los infames
que sin reparar en ello, persisten en distinta forma,
privando a sus hermanos de saber y dignidad
hasta el instante de esta visión que os prodigo,
siendo enormes muchedumbres que subsisten en hórridas periferias
y las élites siniestras se hallan henchidas
en la Ría Huancavilca, en el propio Quito y el Rimac.
El señor de Lincán descubre las rastras
de los capitanes puruguayes enviados por su padre Tumba,
las gentes por ellos dejados como tampocamacs,
le refieren que aquellos se perdieron en el perpetuo
abismo de las florestas ígneas
que se advierten hacia el sur y hacia el naciente.
Entonces Quito toma la conclusiva resolución
de proseguir en tal romería,
al límite austral de El Comienzo[10]
para rastrear los mundos incógnitos
que revela Pachacámac;
y trabando en sus grandes manos
el báculo de oro y gemas de prasma,
luego de fluir su peto y sus aurículas
en la noche que hubo en Caxamarca,
decide llegar do solo se avistan villorrios
y parajes adyacentes a la próxima civilización
que saldrá de sus genes legatarios.
Apartándose de los eriales que fatigan a su tropa,
retuerce a los fragosos antis y contempla
calas dantescas donde existen ríos infranqueables,
uno de ellos es renacido como Urupampa,
cerca de un monte superior al Chimborazo,
que hierático y absorto el Originario de los hombres
contempla en su asombrosa mole.
Todo su séquito se siente pasmado
ante la imponencia del granito majestuoso
y a la sazón los tributarios que deja Quitumbe en su paso,
avistando el dicho éxtasis de las gentes del norte,
aclaman a ese Parnaso, “Huascarán”
que encarna en su simbolismo perpetuo:
Quitumbe admite tal designación para el titán andino.
Abatiéndose aún más a naciente y siempre a meridión,
Quito alcanza distancias colosales
para el trajinar de un ser humano,
pues mil leguas hay desde las comarcas de páramo
cuyas caldas se imbrican de mate y de pundé,
en Popayán, Ilisnán, Payán, Propuelán, Tulcán,
donde persistieron los lugartenientes Caram-ás,
los primeros, a diez soles de Car,
región ésta septentrional de donde insurge el brío
del actual labriego y cronista de la almendra calcárea
que en este acto de adhesión al inicial de sus prístinos
en este inconcluso códice,
refrenda
¡esa arcaica expatriación de apoteosis civilizadora,
realizada de modo precedente a ningún ser viviente en la tierra!
¡Loa diez mil años pues, a Quito, el primer argonauta de la América!.
Cuando cree estar próximo al extremo
demarcatorio de la misión a él delegada,
descubre un océano interior en el vértice de los Antis
y mira la argenta impoluta de sus aguas donde de modo súbito,
emergen sibilinos hombre y mujer con cetro al suyo semejante,
con rostro parejo y figura a la suya equivalente,
con mirar hermético e igual talante,
hecho prodigioso que perciben también sus probos comandantes.
Todos quedan por tal portento, transidos y anhelantes
deseando saber quiénes son esos divinos entes
que parecen hallarse impregnados de hálito celeste
y el conocimiento que percibe el Rey de Quito viene del éxtasis
que prodigan los elfos y las dríadas por Pachacámac consignados,
y volviendo sobre sí el sumo canónigo ordena
ofrendar una oblación a su valedor del privilegio
a él cedido del don inaccesible de la clarividencia.
Y en trance elocutivo informa a sus acervos que la pareja vista,
son sus causahabientes que juntos fundarán el señorío altoandino,
feudo glorioso que fulgurando en el universo mil años,
terminará en la desolada lucha de fraternos vista ya
y anunciada en Cajamarca por el ánimo de Edén.
Sus huestes y los rabadanes errabundos que allí el huaira genera,
inquieren ávidos a Lincán
¿cuál será el nombre de los bizarros reyes que allí se advierten?
y entonces nuevamente arrobado por las runas dialógicas
que dimanan de las voces de los muertos
en Tikal, en Uxmal, en Guatemal,
advierte que concluyendo un ciclo caótico
en el proceso de coevolución de la sociedad astral,
las personas que emergen del gran lago, llevarán su nombre.
Cuando sus milicias estoicas trashumantes del alquitrabe celestial,
insisten en saber el calificativo de esos altivos monarcas
que se encuentran sobre las sosas del mar abstruso,
entre foscas fractales y brumas de totora,
se me supo develar que el amauta Superior respondió
que esos nietos de sus nietos, llevarían galanes
en aquella estación distante -su nombre-
glorificado luego en prodigiosa imaginería
como la gran capital que dotó en Pichincha
pues ellos derivaron su estirpe del apellido
dado por Tumbanco, su progenitor”:
“Linca o Lincán” que simboliza: “magnánimo”.
Esta relación proviene del plectro que se encarna en mi albur
y puedo transmitirlas a los avisados que develarán
los secretos de las aúreas logias que todavía
hacen antesala ante los ungidos para ser admiradas, en Axaya.
Estoy al cabo del raíl por que tengo pistas prontas en mis manos,
que las urbes de arcano están a la vista más próxima,
antes de natividad anhelo marchar donde os digo
para realizar el más egregio de los develamientos humanos:
el tabernáculo de Linca en Linde de Equinoccio.
He visto el buril de escotadura bifacial
cuyo pedúnculo es igual en Palugo, Inga,
Fell y Atacama, por tanto la conjunción
de las magias de los predecesores
en Las Granjas y Achallán, inoculan
de sabiduría y superior arrojo a sus bisoños
pero garbosos cesionarios,
entre los que nos encontramos
plácidos por tal pericia epistémica.
No soy elegido, no obstante la juntura
se me ha brindado en misceláneas ocasiones,
muchas de ellas vistas, palpadas, asumidas,
disfrutadas, pero necia y concientemente, descartadas.
Mi vida entre trasgos y anímicas marismas,
cuchos y estrellas, avanza incontenible a su fin.
Mi misión es entonces dejar una obra
creadora sobre tal descubrimiento.
Revirtiendo en mí, prosigo con este deleitable
dietario del rastro alado del primer caminante,
quien con su tropa transida por tal turbación
premonitoria al ver los espectros de los ulteriores reyes,
trepida de esperanza y de agonía por los faustos
y al par funestos paradigmas que se vienen.
Entonces el Apo Linca ordena cruzar
el abismo suspenso en el aire,
en bajeles de totora y andesita,
encauzándose por las rúbricas que los Uros
aceptando su mando le prodigan,
sobre la coexistencia de un dominio
vigoroso en los distritos de los Charcas.
Y luego de afrontar lluvias gélidas en las crestas
do preexisten los mandatarios de su cometido
en la zona intangible,
Quito acodera al sur del lago al que designa
Titikaka o “cenagal de enigma” y decreta
la prosecución de su silente partida
aún más al mediodía.
Llega entonces a la frontera de una regia urbe
siendo resistido por constituidas huestes
de infantes guerreros,
que ven en él al invasor que un día
los sometería a duradera sujeción.
Los arpones, las saetas, las lanzas,
cruzan el cielo y diezman a la legión quiteña,
Linca dispone a Titu Pilay que organice
en las hoyas los piquetes de eyectores de canto
en sus pendones y huaracas,
y en los altozanos medianeros los infantes
de rehilete para cautelar el paso de los lanceros,
con quienes llegará hasta la osada vanguardia
de los antis a quienes así ha bateado por vivir
en la cúspide de las serranías trífidas del aire.
Su milicia ahora al punto de diez solsticios o Inti Raymi,
en los que ha dado cabal cumplimiento
a la consigna del limbo
instaurando pueblos, ciudades y naciones,
es pequeña pero inexpugnable por las cien acometidas
que ha librado contra ligas nómadas
y partisanos que provinieron a la contienda por temor
y que pronto incorpora al proceso
de recursividad civilizatoria a él dispuesto.
Por ello prevengo que Quito con expeditiva
estratagema ataca poniendo pica
sobre los arponeros parapetados en colosales
tabiques de dicha capital y en rápida disputa
con hurgones de bronce toma control de las atalayas
desde donde hace flamear el carmesí lábaro,
pendón insignia de su prosapia,
permitiendo que el embate masivo de los diez mil
integrantes del séquito etéreo en el que se hallan
incontables amazonas, venidas todas como hoy revalido,
de las estancias de Antares, terminen la resistencia
de los curtidos guardianes de la grande urbe.
Siempre magnánimo como su nombre reza,
Linca emplea al exegeta Uro
y anuncia en el reclinatorio mayor de la gran metrópoli,
que no comparece en regla de conflagración,
sino de mutuo discernimiento,
ansiada avenencia y revelación de la cara
omnisciencia que los pueblos visitados,
han prodigado al suyo desde la gea náutica
donde arribaron a Sumpa,
y de la plaza esplendente que se adosa
en el empíreo fronteriza de Abya Yala
donde habita Pachacámac.
Hallándome por momentos en el descanso
de esta analogía en dentro de los asperones
de aljófar en el cayo de los manteses,
he preconcebido la existencia de la ciudad
instituída por Quitumbe en las montañas de Abadía,
que se encierran a la percepción humana
en la modernidad y luego de ella,
y obstruyen a los codiciosos hombres
del politeísmo occidental,
idólatras disolutos de curi y de delectaciones
desaforadas de todo género,
impolutos resaltos y cañones de canto
en los cuencos de caliza y obsidiana,
con las sillas líticas y tronos de tal civilización
más grandiosos que se hayan visto.
Advierto al avisado lo que haré
a la par que esta prédica expectante,
aprestándome a tal detección
que me la han impuesto los hombres
de atarraya y de manigua,
éstos, quienes me hablan de ingentes
y homéricos bastimentos soterrados en la fronda,
de raudales hechos camafeos en argenta
y en platino con signos que encierran
el secreto inalcanzado de nuestra identidad,
serán los preceptores en dichos collados inéditos
para proceder a la exaltación más sublime
de la gran evolución creada por el dicho señor de Quito,
el primero de los hombres
de los que se tienen noticia
sobre la tierra americana.
Finalmente al intimar Linca
el nombre del ciclópeo emporio,
fue informado que sus habitantes
le llamaban como asimismos: Okinawa,
sin que puedan descifrar quienes lo erigieron.
Quitumbe entonces decide que dicho
baluarte se llamará Tiwanaco[12],
en honor a los hombres Tiwas que viniendo con él
desde las pampas del colosal Cotopaxi
derraman a torrentes su sangre norteña
tras mil datas de asedio a sus regias atalayas.
Y la crónica de ese cortejo soberano
señala que la portentosa barbacana,
que asemejaba a los frígidos templetes
de los altivos Illinizas,
fue pacificada hace treinta siglos
por el Prelado de Antares
e inserta en la evangelización dialógica
del dios único del mundo: Pachacámac,
conversión por la cual la ética de los seres vivos,
se fundamenta en la hierática relación combinatoria
de la etnia humana con el hábitat
de la bioesfera y del mismo cosmos.
La memoria se vierte en ínfimos
receptáculos de la dermis meníngea,
desde tal momento los hombres
de Viscachani, Wankarani,
Akapana y Pumapunko,
se esparcen a su vez llegando luego de centurias
hasta el confin de la hacienda celeste,
siguiendo el sereno que hubo marcado
el inigualable Premier de los campeadores culturales.
Sé que El Comienzo entonces prosigue
en su superior designio asignado por el cosmos,
y marcha hoy hacia poniente tras nuevas refriegas
y soflamas solares sobre la correlación hombre-tierra,
y en tan preclara e inmarcesible misión de Primado
y mentor del entorno, llega a yermo flamígero
contiguo al mar de donde provino,
imponiendo al erial de Coquimbo
igual epígrafe que veinte perihelios antes
dio al litoral de equinoccio en linde con Caráquez:
Atacama.
Esas comarcas Quitumba encomienda
a su Hatun Apuc Tampa Chancay
para que los aumente
y los guarde en los lapsos ulteriores.
Habiendo pernoctado en una atarazana
contigua a la meseta del Rimac,
al norte de Tarapacá, donde dotando una aldea,
instituyó las familias que poblasen ese dominio
de inestimables minerales,
Quito resuelve adelantar a los egregios encañonados
vistos desde el Huascarán donde se hubo encumbrado
antes que ningún homo mitocondrial
y bosquejando en lóbulos de palma de coca y cumbi
los pensamientos habidos en silente lobreguez,
ordena a su cohorte el diseño de los seres
que le han socorrido en su labor civil e ideológica
y pueblan en heterogéneas afluencias
la marga de Abya Yala.
Y es así que en las ilimitadas
estepas por él nominadas Nazca,
en legendarias jornadas casi inenarrables
por las pretensiones fastuosas de Quito,
con el badajo, el huaira, el quero, el cayado,
el compás, las estrellas, los hados
y su omnisciencia astral,
junto a cinco mil pioneros,
exhibe a todos los siglos
que se sucederán después del fuego,
el cobre y el hierro,
las efigies colosales de coleópteros, antropoides,
vistas en el suelo tan sólo desde Astérope.
El tiempo desde que el benemérito pontífice
catequizó su camino junto a las Pléyades,
era el de veinticinco afelios al sobresaliente Inti.
Ninguna data se conocía de la Progne
más sí de Chimbo Thome,
que heredando el temple de su excepcional
predecesor, había a la par, dado admirable
umbral a pueblos y gobiernos,
instituyendo pues como queda dicho, Thomepampa,
Cañarpampa, Chachapoyas, Chimbote, Talara, e Inca,
como su gran predecesor,
e internándose en almadías de flores
de guayaba y sándalo de balsa,
por los torrentes portentosos de la infinita
floresta de naciente,
funda en la confluencia de Marajó y Napo,
una villa en honor a su ilustre antececesor:
Iquito, que significa Río de Quito.
Llegando a la sazón tras fructuosa
presencia entre la sociedad humana
y en las entidades astrales a la edad madura,
Lincán resuelve celebrar la prodigiosa asistencia
del encargado de la tierra, Pachacámac
y decide cual acto final de sus conquistas
y arengas orientadas a la epístola
perenne del hombre y la tierra,
establecer un tabernáculo que pernocte
junto a las dríadas
y los hálitos existentes
en el hábitat de la nueva Atitlán,
iniciando como os digo,
la cimentación del Templo
del magno procurador del ecosistema,
en la ciudad de Chán Chán,
que encarna: seres vivientes,
pues el río que bautizó igual en Guapdondéleg,
hace innúmeros solsticios,
procuró vida a sus mesnadas fallecientes.
Y junto a varios millares de orfebres de filigrana
labrada en metates de mármol y oro de nicle,
alarifes guardianes en piedra y antracita
de la palabra y la historia,
proyectistas que convinieron en estilarse las potencias
del mismo magma que hollaron su abarcas
de suela de corzos alados,
para que sus moradas dispuestas en hemiciclos
debajo de la región de Perseo,
tuviesen existencia sempiterna.
Y metafísicos de la maestría
del pensamiento circular y sistémico,
facultados en instruir a las naciones nacientes,
reinos e imperios soberanos
que en efecto, se sucedieron,
el insondable rendibú por el hábitat
de las sierras y sabanas holistas,
de las sosas laxas o melifluas
y salinas del aire y de la mente,
productoras ingénitas de savia y esperanza,
edificaron el templo a Pachacámac
que luego de treinta ancestrales ciclos
aún subsiste en tiempo del escepticismo,
la sorna, la ciencia lineal, el ultraje a este laudable pasado,
la traba a las instrucciones medioambientales
del magno pensador de El Comienzo,
subsumidas por el culto total a Hedonías y al metal.
Los soldados y adalides que con él han horadado
los nervios de memoria en el espacio pretérito,
fueron entre otros; Atau Tumbaco, Tampa Chancay,
Caxín Axaya, Ligua Sancán, Curi Pillahuaso,
Ullco Tumbay, Cusi Tubay, Titu Pilay, Chimbo Pibaque,
Huayna Nonura, Mayta Cuatín,
Tiwa Carán, algunas mujeres fueron: Cusi Toala,
Rawa Quilumba, Sisa Pigual, Nina Aulí.
De estas gentes se originan en multitudes inconcebibles
Malabas, Mantas, Cayapas, Pastos, Huancavilcas,
Punaes, Caranquis, Quitos, Panzaleos, Chimbos,
Puruhuayes, Cañaris, Paltas, Zarzas, Cipangos, Chimúes,
Del propio Quito Lincán, Shyri I, descienden los hermanos
de todas estas etnias custodias de la tierra,
los Caras y los Incas.
Patriarcas indivisibles del prójimo
sideral que silente mas enajenado
por la apostasía de la materialidad,
se encamina junto a los demás homo hábilis a la nada.
Una vez arrebatada la utopía humana
en la cimentación del altar
al Encargado de la Tierra,
Quito contaba con sesenta años
y tenía que revertir a la ciudad Luz,
pues hubo culminado la ordenanza
recibida del tremolante empíreo,
mas, le afligía mortalmente la ausencia
de noticias de Guayanay,
quien había escapado en los bastimentos
de armadía hacia poniente.
Entonces Quito uniéndose nuevamente
mediante sacro himeneo y vigilia penitente
a LLira, se resuelve a la organización final
de la sociedad humana, y con grandísimo aparato
emprenden el retorno para Hacer la Tierra,
donde acampan al cabo de cinco estaciones
de labranza y cuestación del maíz en panojas
de oro infundidas de nutrientes que se apilan
en la espiga de la quinua y del membrillo
de borlones y rizomas de patata.
Persiste entonces disertando
sobre las cualidades
de la manutención sustentable
de tan imponderable heredad,
grafica, construye,
enseña las normas ancestrales
sobre el espíritu de la naturaleza
urbaniza además aposentos,
templos y ermitas que hoy,
treinta siglos subsiguientes,
se descubren en Rumipampa,
La Florida, la Plaza Mayor,
los alcázares celtíberos,
Chaguarquingo, Puengasí,
Iñaquito, Shyribulu, Shyriyacu
y en cada arteria,
en cada cuadra,
en cada prado,
de la villa inmortal donde moramos
henchidos de señalada bizarría,
los sucesores de este comandante
de los civilizadores del mundo:
Las temibles amazonas y valquirias
y sus adalides quiteños que se concentran
en multitudes festivas colmadas
de hidalgos cuando amanecen
en pie de guerra y de gestión libérrima de dignidad,
luego de habernos reproducido en familias,
castas, clanes, bulus y reinos,
identificados cada uno por el patronímico
del predecesor inmediato,
sin intuir a ciencia cierta el ancestro
común en este gran capitán,
luego de que hemos aguardado
generación tras generación,
la insurgencia de la Golondrina o Guayanay.
Que llega cada vez con sus sucesores
desde el propio lago Titikaka,
de la cima del Pichincha, del Cubilán o del Turi,
del Huascarán y el Collanes o de la invencible cúspide
de Illimani o Aconcagua, de Antisana
coloso de Píntag con Ayar Manco y Mama Ocllo,
con Pachakútik y Toa Duchicela,
con Huayna y Pacha Duchicela,
con Atahualpa y Tota Ango,
con Ollantay y Cusi Coyllur,
con Quis Quis y Rumiñahui
con Chalcochima y Nazacota
con Moreno Bellido y Mariana de Cristo,
con Chúsig y Manola Cañizares
con Mejía y Manola Espejo,
con Juan Morales y los Montúfar y Salinas
y Manola Sáenz y Quiroga y Riofrío,
-donde sus bríos inmortales fueron vistos
mil centurias antes por el áscar de Lincango,
tal como queda relatado en este portentoso Eclesiastés,
siendo estos hoy como ayer -llamados Forajidos-
benditos empero del céfiro astral
soldados nacientes del Sumac Kausay
y de la nueva civilidad del mundo,
hijos del Amauta Supremo
y primer Señor de toda Iniciación:
¡Quito, Lincán o Quitumbe,
inaugural Vilac Uma, talento principal,
egregio Pontífice de Abya Yala
o de América!.
Quito, marzo de 2.010.
[1] Con motivo del Proceso de Paz con el Perú, se produjo en 1999, un encuentro de historiadores binacional Ecuador-Perú y por vez primera en cinco siglos, los pensadores del Rimac, admitieron como cierta la existencia de la TRADICIÓN de CATARI, en la que este Quipu Camayuc informa a la Humanidad sobre el origen de Manco Cápac el primer Inca, como sucesor de Quitumbe.
[2]Caracas, capital de Venezuela. A nuestro entender se compone de dos términos: “Cara” y “Cas”. Esta terminación es similar a Cay y a Ques, esta última en Manabí significa a no dudarlo, pueblo o tierra, como Quer en Colombia y Carchi y Qui en Imbabura y Pichincha. El Cay al que me refiero, es para Aquiles Pérez: “Ser”, quizá en sus dos significados, “Ser Humano” o ser, del verbo. Por ello, Caráquez y Caracas, deben ser poblaciones fundadas por los mismos pueblos nómadas, pero con indudable desarrollo civilizatorio.
[3] Tumbaco es un apellido vivo que existe en la provincia de Manabí, por lo que es fácil deducir que el fundador de la hermosa población del mismo nombre, al oriente de Quito, fue un cacique de tal denominación, que a no dudarlo era de la etnia Cara, pues esta Parroquia, se halla contigua al sitio conocido como Caraburo o Carabulu, (Pueblo de los Caras) donde se está construyendo el desagradable Nuevo Aeropuerto de Quito, enterrando en toneladas de concreto innúmeros vestigios arqueológicos, que primeramente fueron saqueados por los trabajadores y “técnicos” de las empresas constructoras, pese a la protesta del I.P.C., que fue pávida. Indudablemente proviene de Tumba o Tumbe.
[4] Aquiles Pérez entre las varias acepciones de Carapungo se inclina por creer que significa: “Lugar de espía de los Caras” y señala que la traducción literal de esta palabra en su acepción más aceptada por él, viene del colorado cara: araña o alacrán; pungo, quechuizada de punqui oreja: Oreja de araña o alacrán”; más todos sabemos que ninguno de dichos insectos posee orejas; de donde inferimos que la traducción literal puede trocarse en ésta: lugar de espía de los Caras, sean éstos colorados o Cayapas, nominación que guarda directa relación con el lugar geográfico de Carapungo, desde el cual se observa todo el profundo cañón del río Guayllabamba y su pequeño valle…;”
[5] Pérez, dice que en idioma cayapa, pasto significa el número “dieciséis”. Probablemente fueron dieciséis personas las que fundaron esa etnia, originalmente. Pérez, página 96.
[6]Pérez T., Aquiles, “Los Cañaris”, Edit. Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín Carrión”, Quito, 1.978, pág. 68.
[9] "En este apellido reconocemos el nombre Tumbe de aquel personaje prehistórico y mencionado por el quipucamayo Catari; quien después del diluvio, al frente de una expedición, desembarcó en la bahía de Caracas (Caráquez)”. Pérez, Aquiles, Op. Cit.
[10] Jorge Carrera Andrade, dice que Quito también significa “El Comienzo”
[12] “La Enciclopedia Wikipedia, sobre la Historia del Perú, señala: Las primeras huellas de presencia humana en Perú datan de hace al menos 20000 años antes de nuestra era, pero han sido conservados muy pocos vestigios de esta época. A partir de 1250 a.c., varias civilizaciones venidas del norte, los Chavinos, los Chimús, los Nazcas y los Tiahuanacos se establecieron en la región. La ciudad de Chanchan, cuyas ruinas son visibles aún hoy, fue construida por los Chimús hacia el año 1000 a.c. Los Incas, una tribu guerrera del sur de la sierra, se desplazó poco a poco hacia el norte de la región hasta el valle fértil de Cuzco entre los años 1100 y 1300. Su expansión comenzó en 1438, con Pacahuetec, quien emprendió la conquista de las tierras vecinas. Hacia el 1500, el Imperio inca se extendía del océano Pacífico hasta los orígenes del río Paraguay y del Amazonas, de la región del actual Quito, Ecuador, hasta el río Maule, en Chile. Este vasto imperio era dirigido por un inca, o emperador, quien era adorado como una divinidad. Rico en yacimientos de oro y plata, el reino de los Incas iba a volverse el blanco de las ambiciones imperiales de los españoles ya instalados en Panamá.”
[13]Uno de los colosales dibujos en Nazca es el de la araña. Recordemos que Aquiles Pérez, dice que Carán significa “araña”.
[14] La Enciclopedia Wikipedia dice sobre Bolivia: “A mediados del siglo XV el reino Colla conservaba un extenso territorio con su capital Hatun-Colla. El inca Viracocha incursiono en la región, pero quien la conquisto fue su hijo Pachacutec, noveno Inca. Así como al norte se encontraban los collas, al sur estaba la Confederación Charca que tenía dos grupos: Los Carangas y Quillacas en torno al lago Poopó, y los Charcas que ocupaban el norte de Potosí y parte de Cochabamba. Ambos, Charcas y Collas eran de habla aymara. La cultura material de los Carangas presenta extensas necrópolis o chullpares algunos de los cuales conservan todavía restos de pintura en sus muros exteriores. Una vez que los carangas fueron conquistados por los incas, Huayna Cápac los llevó a trabajar al valle de Cochabamba como mitimaes”.“El señorío denominado Charca, al que estaban adscritos Cara-caras y Chichas, fue conquistado por los incas en tiempo de Túpac Inca Yupanqui y llevados a la conquista de Quito. Por su parte el pueblo de los Cara-cara era tan belicoso como el Charca y aún mas, en su territorio tienen lugar aun hoy en día luchas denominadas "Tinkus".”
Esta información es esencial, pues advertimos que en Bolivia existieron los pueblos Caras. Los llamados Cara caras y los Carangas. En Caranqui existieron los Carangos. Ango es señor. Indubitablemente angas y angos significan lo mismo.
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